Historia, historiador y hechos.
La historia como hechos sin significado.
Los historiadores del siglo pasado solían desentenderse de la filosofía de la historia. Para los intelectuales del siglo XIX, la historia fue un periodo cómodo. Los hechos resultaban satisfactorios y la inclinación a responder preguntas molestas resultaba débil. La visión del mundo serena y confiada y los hechos eran suficientes para resumir la historia. Cada cual se dedicaba a su especialidad y el resto vendría por añadidura.
El significado de los hechos comienza a tener peso.
A partir de 1900 cobró más importancia la idea de que el significado de los hechos era de suma importancia, ya que después de la Primera Guerra Mundial, los hechos no eran tan favorables y serenos.
“El pasado que investiga el historiador no es un pasado muerto, sino un pasado que en cierto modo vive aun en el presente”. La historia consiste esencialmente en ver el pasado por los ojos del presente y a la luz de los problemas de ahora y la tarea principal del historiador no es recoger datos sino valorar, porque si no lo hace es imposible saber qué merece ser recogido.
En 1910, Carl Becker afirmaba que “los hechos de la historia no existen para ningún historiador hasta que él los crea.”
El gran peligro de esta visión es la falta de objetividad. En vez de una historia de hechos sin significados, se pasa a una historia con infinidad de significados posibles.
¿Cómo hemos de definir, pues, las obligaciones del historiador hacia los hechos?
· Asegurar la existencia de datos conocidos o susceptibles de serlo y relevantes para el tema que se está investigando o para la interpretación propuesta.
· La relación del historiador con sus datos debe ser de igualdad y de intercambio. Sin los hechos el historiador carece de raíces y los hechos sin el historiador quedan muertos y carentes de sentido.
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